Los días que transcurrieron entre el 03 y el 12 de Abril de 2009, los Misioneros en formación, de la Provincia de México, de la Congregación de la Misión colaboramos en una Misión conjunta en la sierra Mixteca de Oaxaca. Lo novedoso de la experiencia era precisamente que, trabajaríamos juntos los preparatorianos del Seminario Menor (Lagos de Moreno, Jalisco), los compañeros del Seminario de Filosofía (Guadalajara, Jalisco), así como los seminaristas de la etapa de Teología (Tlalpán, D.F.). Cada casa de formación con sus respectivos presbíteros. La expectativa era grande y los ánimos muchos.
El punto de reunión fue la casa de Tlalpán, de la que salimos por la noche del viernes 03. Una vez llegados a Tlaxiaco, Oaxaca nos vimos reunidos con varios misioneros laicos que fueron de varias partes de la República Mexicana. Al sábado podríamos llamarlo “el día de la espera”. Esperar a que iniciará la Misa de envió. Esperar a que nos dieran de desayunar. Esperar a que llegaran las personas que habrían de llevarnos a nuestras respectivas comunidades. Esperar a reunirnos con los habitantes de dichas comunidades para acordar actividades. En fin, esperar escandalizar lo menos posible con nuestras actitudes y esperar, también, ser capaces de transmitir la alegría pascual que origina la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo.
De manera general, puedo decir que la Misión en Oaxaca fue uno de esos ejemplos en que el encuentro con el pobre te lleva al encuentro con Jesucristo. La experiencia fue genial. Especialmente descubrir a esa gente tan ávida de calidez y de palabras de aliento. En un principio, la cosa se puso difícil porque la mayor parte de la gente llegaba dos horas después de la hora fijada. Y había que dar ánimos no sólo a los asistentes puntuales, sino también al equipo misionero que estaba conformado por cuatro seminaristas: un estudiante de Prepa, de nombre Pablo (llamado en mixteco “Pálu”), otro de Filosofía, cuyo nombre es Lalo (en mixteco “Bálu”) y dos estudiantes de Teología: Eric Obaldía (que no halló nombre en mixteco), el cuarto seminarista era un servidor, Erick Fernando (en mixteco “Nandú”).
La comunidad en la que nos tocó vivir esa semana Santa tiene por nombre: Labatea. Su gente nos cobró mucho cariño, especialmente los mayores, que conformaban la parte más numerosa del pueblo. Jóvenes había pocos, que estaban de vacaciones, pues ordinariamente viven, unos en el centro de Oaxaca y otros en la ciudad de Puebla. Niños también eran pocos aunque muy inquietos y cariñosos. Visitamos todo el pueblo, como unas 30 casas y les alegraba que intentáramos saludarles en su natural mixteco. Por supuesto que, sin las chavas que nos acompañaban y servían de interpretes las visitas no habrían sido lo mismo.
Los días Domingo de Ramos, martes y jueves Santo tuvimos la visita del P. Manuel González C.M. y celebramos la Eucaristía. El día martes fueron también algunos médicos y atendieron a las personas que lo solicitaron, les dieron medicamentos y una muy agradable sonrisa. La catequesis verso sobre la persona de Jesucristo y la importancia que da él a la vida de cada uno de nosotros. Tuvimos oportunidad de participar en una jornada juvenil en el pueblo de Mixtepec, Oaxaca, cabecera municipal a la que bajamos de todas las comunidades en las que se estaba viviendo la Misión. Lo mejor de las celebraciones del Triduo Pascual fue poder palpar la enorme sensibilidad religiosa de la gente sencilla. Se organizaron para pasar por familias a dar gracias a Dios por lo que les ha concedido y para pedir su bendición en lo venidero. Su conciencia de la presencia de Dios entre ellos es muy grande. No hay duda de que resultamos “evangelizados por los pobres”.
Fue así, como por una semana compartimos oraciones, risas, reflexiones, ánimos e incertidumbres. Compartimos la vida y la fe. Compartimos el pan y la mesa. El pueblo de Labatea, en Mixtepec, Oaxaca ira ahora grabado en nuestros corazones. No cabe duda que, “el trabajo es mucho y los obreros pocos... roguemos, por tanto, al dueño de la mies que envíe obreros a sus campos. Y obreros que trabajen”
Por mi parte, agradezco a Dios por haberme permitido descubrir que: “el espíritu del Señor está sobre mí y me ha enviado a evangelizar a los pobres”. Tal vez quiere decirte lo mismo a ti…
El punto de reunión fue la casa de Tlalpán, de la que salimos por la noche del viernes 03. Una vez llegados a Tlaxiaco, Oaxaca nos vimos reunidos con varios misioneros laicos que fueron de varias partes de la República Mexicana. Al sábado podríamos llamarlo “el día de la espera”. Esperar a que iniciará la Misa de envió. Esperar a que nos dieran de desayunar. Esperar a que llegaran las personas que habrían de llevarnos a nuestras respectivas comunidades. Esperar a reunirnos con los habitantes de dichas comunidades para acordar actividades. En fin, esperar escandalizar lo menos posible con nuestras actitudes y esperar, también, ser capaces de transmitir la alegría pascual que origina la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo.
De manera general, puedo decir que la Misión en Oaxaca fue uno de esos ejemplos en que el encuentro con el pobre te lleva al encuentro con Jesucristo. La experiencia fue genial. Especialmente descubrir a esa gente tan ávida de calidez y de palabras de aliento. En un principio, la cosa se puso difícil porque la mayor parte de la gente llegaba dos horas después de la hora fijada. Y había que dar ánimos no sólo a los asistentes puntuales, sino también al equipo misionero que estaba conformado por cuatro seminaristas: un estudiante de Prepa, de nombre Pablo (llamado en mixteco “Pálu”), otro de Filosofía, cuyo nombre es Lalo (en mixteco “Bálu”) y dos estudiantes de Teología: Eric Obaldía (que no halló nombre en mixteco), el cuarto seminarista era un servidor, Erick Fernando (en mixteco “Nandú”).
La comunidad en la que nos tocó vivir esa semana Santa tiene por nombre: Labatea. Su gente nos cobró mucho cariño, especialmente los mayores, que conformaban la parte más numerosa del pueblo. Jóvenes había pocos, que estaban de vacaciones, pues ordinariamente viven, unos en el centro de Oaxaca y otros en la ciudad de Puebla. Niños también eran pocos aunque muy inquietos y cariñosos. Visitamos todo el pueblo, como unas 30 casas y les alegraba que intentáramos saludarles en su natural mixteco. Por supuesto que, sin las chavas que nos acompañaban y servían de interpretes las visitas no habrían sido lo mismo.
Los días Domingo de Ramos, martes y jueves Santo tuvimos la visita del P. Manuel González C.M. y celebramos la Eucaristía. El día martes fueron también algunos médicos y atendieron a las personas que lo solicitaron, les dieron medicamentos y una muy agradable sonrisa. La catequesis verso sobre la persona de Jesucristo y la importancia que da él a la vida de cada uno de nosotros. Tuvimos oportunidad de participar en una jornada juvenil en el pueblo de Mixtepec, Oaxaca, cabecera municipal a la que bajamos de todas las comunidades en las que se estaba viviendo la Misión. Lo mejor de las celebraciones del Triduo Pascual fue poder palpar la enorme sensibilidad religiosa de la gente sencilla. Se organizaron para pasar por familias a dar gracias a Dios por lo que les ha concedido y para pedir su bendición en lo venidero. Su conciencia de la presencia de Dios entre ellos es muy grande. No hay duda de que resultamos “evangelizados por los pobres”.
Fue así, como por una semana compartimos oraciones, risas, reflexiones, ánimos e incertidumbres. Compartimos la vida y la fe. Compartimos el pan y la mesa. El pueblo de Labatea, en Mixtepec, Oaxaca ira ahora grabado en nuestros corazones. No cabe duda que, “el trabajo es mucho y los obreros pocos... roguemos, por tanto, al dueño de la mies que envíe obreros a sus campos. Y obreros que trabajen”
Por mi parte, agradezco a Dios por haberme permitido descubrir que: “el espíritu del Señor está sobre mí y me ha enviado a evangelizar a los pobres”. Tal vez quiere decirte lo mismo a ti…
Erick Fernando